En un día normal (si es que eso ha existido alguna vez en la historia) el edificio se divide en dos.
Por fuera, y visto desde cierta distancia (digamos, desde Saturno), ofrece una apacible imagen de estabilidad y calma, a pesar de la leve ondulación de la aguja, que se mantiene incluso en los días de menos viento.
Por dentro, los habitantes del edificio se mueven constantemente por él como un hormigueo, en trayectorias circulares (en sentido literal o figurado), horizontales, verticales, laterales, zigzagueantes, cada vez más frenéticas.
Las dos imágenes del edificio son verdaderas; las dos son falsas.
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