Uno
Estoy en el autobús 735 de camino a la Biblioteca Nacional. El autobús para en una de las muchas paradas de la Avenida de Roma, se bajan algunas personas, suben otras pocas.
Entonces, a lo lejos se ve a una mujer (unos cincuenta años, algo rolliza) que viene corriendo hacia el autobús, con la mano levantada para indicar que espere. Solo que, como pasa a veces en los sueños, la mujer corre pero no avanza (o esa impresión me da a mí). Sigue con el brazo levantado, esforzándose por llegar a la parada, pero no parece ser capaz de moverse del sitio.
Hay una tensión evidente (o esa impresión me da a mí), porque el conductor no puede esperarla eternamente, pero está claro que él la ha visto, y está clara la urgencia de ella por coger este autobús.
Por fin, el conductor se decide a cerrar las puertas, y eso hace que se rompa el hechizo (o esa impresión me da a mí): la mujer avanza los últimos metros y llega junto a la puerta.
El conductor abre la puerta, la mujer sube, el conductor cierra la puerta, la mujer se sienta y ahora sí, por fin, seguimos viaje.
Dos
Bajo a la cafetería de la Biblioteca Nacional para hacer un descanso y comer algo. Pido un rissol de leitão y una coca-cola y me siento en una de las mesas. Mastico lentamente el rissol, sin pensar en nada, con la mirada perdida en el suelo.
Veo que un señor que está de pie a un par de metros de mí hace un gesto brusco con el brazo. Pienso que a lo mejor está espantando una mosca, no le hago caso.
Luego le oigo hablar. Pienso que a lo mejor tiene uno de esos móviles con micrófono en los auriculares, así que no le hago mucho caso.
Pero luego veo que no, que sigue gesticulando y hablando solo, y no hay micrófono ni auriculares ni móvil. Le entiendo algunas palabras sueltas: Aquí não há… este país… ninguém sabe… Evito mirarle directamente a los ojos, porque a lo mejor espera de mí una respuesta.
(Eso me recuerda que también en el autobús de la mañana había un señor hablando solo, dirigiéndose a una chica joven a la que muy probablemente no conocía de nada, y que aguantaba estoicamente con la mirada fija en el suelo, como yo).
Cuando el hombre termina su monólogo, o cuando termina su café, se limpia con una servilleta y sale de la cafetería.
Me pregunto si las bibliotecas atraen a los locos.
Me pregunto si yo soy uno de esos locos.
Un apunte: los conductores de autobús son unos incomprendidos. Otro apunte: hablar con uno mismo es muy sano. Tercer y último apunte: ¡vivan las bibliotecas, los bibliotecarios del siglo XXI y los usuarios que NO están locos!